Salí a la calle, como miles de personas, el pasado día 3, en protesta contra la brutal actuación de la policía del 1 de octubre en Cataluña, una respuesta gubernamental desproporcionada y violenta frente al deseo de votar en un referéndum ilegal.
Estuve en la concentración de la plaza Universitat, en el centro de Barcelona, donde me pareció que la mayoría de los participantes eran estudiantes y fui testigo de auténticas lecciones de democracia en la calle. Luces y sombras, para reflexionar y para avanzar.
Luces:
- Un ambiente pacífico y festivo. No vi manifestaciones violentas y, en cambio, mucha afán en que todo saliera no sólo civilizadamente sino también fraternalmente, al estilo de la imagen que proporcionaban jóvenes abrazados con sendas banderas española y la catalana.
- Una insólita -porque al menos yo no la había percibido en otros momentos- afirmación de los matices, con mensajes como los que lucían algunas pancartas: «No quiero la independencia, pero no puedo quedarme en casa mientras golpean a mi pueblo…»
- Una integración y valoración de la política en el sentido más amplio del término, en defensa de los derechos humanos, que trascendía el origen de la movilización, como expresaban los jóvenes con frases de Gandhi y citas apelando al respeto y la convivencia.
Sombras:
Sinceramente, vi las sombras más como riesgo agazapado tras la ingenuidad que como acontecimientos reales que puedo relatar. Pero vi esas sombras y quisiera exponerlas:
- La contaminación emocional, siempre fuerte y peligrosa, puede descolocarnos a todos y especialmente a los jóvenes. La emoción es el viento, pero la razón es el timón, afirmaba hace poco Joan Josep López Burniol. Sin el timón, sólo con el viento, la nave se estrella.
- El hambre de utopía, absolutamente justificado en nuestra sociedad caduca y profundamente desigual, puede resbalar hacia el adoctrinamiento, la polarización «nosotros-ellos» y el fanatismo: quién no está conmigo está contra mí, como exaltan de manera descarnada los trolls en las redes sociales.
- La simplificación de la historia, la inmediatez, la noticia que deja de serlo en 24 horas… todo ello no ayuda a la reflexión, al diálogo pausado, a la atención y escucha activa.
Lecciones aprendidas
En la calle se aprende y se desaprende. Pero en la escuela se puede y se debe reforzar, contrastar y cuestionar lo que haga falta para que las convicciones democráticas calen en la emoción y en la razón de nuestros estudiantes.
¿Cuál sería una lección equivocada?: Los que no piensan como yo son mis enemigos.
¿Cuál sería una lección acertada?: Convivir requiere diálogo y acuerdos. Dialogar comporta escuchar al otro. Para llegar a un acuerdo, hay que ceder un poco. En palabras de Antoni Gutiérrez-Rubí:
El diálogo necesita tres condiciones: saber, querer y poder ceder; evitar la lógica vencedor-derrotado; aceptar la imperfección. Y una cultura de respeto incompatible con el desprecio o la superioridad moral.
Para acabar, quisiera compartir dos reportajes acerca de la reacción valiente y profundamente educativa de muchos docentes:
Las niñas y los niños nos están mirando
L’1-O entra a les aules.