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Paraísos de verano: el bosque y la montaña

No conocíamos mucho el Pirineo de l’Ariège, de manera que ha sido este año uno de nuestros objetivos. ¡Un auténtico descubrimiento!
Recomiendo vivamente la ascensión al Mont Valier, una cima de 2.838 metros, atalaya referente de la región, aunque la verdad es que hay que estar mínimamente entrenado para superar los más de 1.900 metros de desnivel que supone.
El itinerario transcurre entre bosque de hayas, enormes pendientes de helechos y rododondros, cascadas y roca. ¡Es tan bonito que casi duele!.
Lo que hicimos nosotros, como la mayoría de los excursionistas, fue dividir el itinerario en dos días, para pasar una noche en el estupendo Refugio Les Estagnous, a 2.246 metros.
El primer día salimos del parking más bajo del Pla de La Lau. En lugar de remontar la carretera, tomamos el sendero que lleva en 20 minutos a la Maison du Valier, una «gite» o albergue punto de partida de la excursión, situada a 933 metros.
Desde aquí el camino al principio planea entre el bosque y el prado y luego se adentra en el hayedo, aumentando poco a poco la pendiente. ¿Por qué será que los bosques de hayas siempre me han parecido de hadas y los de encinas de brujas?
Este hayedo es realmente extraordinario, lleno de ejemplares monumentales y majestuosos. Siempre bien marcado por la señal blanca y roja del GR, el camino sale del bosque para acercarse y cruzar la cascada de Nerech, a 1.350 metros, donde paramos a beber y a picar algunos orejones.
Luego el camino remonta una dura pendiente hasta la cabaña de Causis, a 1.859 metros, entre helechos y rododondros que casi te cubren. También aparecen tímidamente matas de arándanos y majestuosas valerianas. El bosque ya queda lejos y buscamos la sombra de una pared de la cabaña para almorzar y reponer fuerzas, contemplando a lo lejos el profundo azul del Estaign Ronde.
De la cabaña de Causis al refugio d’Estagnous el camino es pedregoso y la vegetación de helechos y rododendros se vuelve menos densa. Cuando llegamos al refugio habían pasado 6 horas desde el punto de partida y, descontando todo el tiempo que habíamos parado, calculamos que habíamos invertido 4 horas y media de marcha efectiva.
Nos gustó mucho el refugio, la cordial acogida de los guardas y el gran ambiente que se respira, así como la tradición de tomar la última infusión del día después de cenar contemplando la puesta de sol.
Desde el refugio es visible el Mont Valier y el Col Faustin, por el que pasamos a la mañana siguiente. Tardamos una hora y media en alcanzar la cima. Como siempre, nos conmovió llegar al objetivo, habiendo superado un fuerte desnivel, con una vista espléndida y esa sensación confortable de reconocer buena parte de los picos que aparecen en el horizonte.
Puede parecer exagerado y naif, pero todos los que amamos la montaña reconocemos la fusión mística con el paisaje que evoca la poesía Les Muntanyes de Joan Maragall.
Ojalá nuestros nietos disfruten la montaña y no olviden la poesía.
 
 
 
 

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