Una de las canciones que más me gustan de Joan Manuel Serrat es 20 de març. Hoy es 20 de marzo y los verderones que se han aficionado a mi comedero no han faltado a su cita, celebrando la primavera desde primeras horas del día.
Mi pequeña terraza y algunas ventanas se abren al patio de vecinos, desde el cual nos llega cada mañana infinidad de cantos de pájaros diferentes. ¡Parece mentira que estemos en medio de la gran ciudad!
Estuve probando diversos sistemas de alimentar a los pajaritos. Al principio, aproveché un espacio libre que me quedó en una jardinera de la terracita, para sentar en ella un plato con restos de cereales caducados que ya nadie iba a consumir.
Eso atrajo inmediatamente a las tórtolas y los mirlos, que procedían con cierta disciplina: mientras hubiera un mirlo comiendo, las tórtolas aguardaban pacientemente en los cables del tendedero. ¡Dónde hay patrón, no manda marinero! Y eso que los mirlos son más pequeños…
Luego montamos otro sistema, porque vimos que el plato quedaba demasiado cerca de la ropa tendida, y a veces ésta se manchaba. Se nos ocurrió montar, en un lugar más alejado de la ropa tendida, un comedero colgante con una base de madera, un palo vertical y dos palitos horizontales atravesándolo. Del palo vertical colgábamos barritas de cereales para periquitos.
Entonces se acercaron otros pajaritos, como los mosquiteros y las vistosas currucas de cabeza negra y ojos rojos. Pero al avanzar el invierno ambos emigraron y dejamos de verlos.
Finalmente, después de consultar vídeos de youtube de montaje de comederos,inventamos un nuevo sistema a partir de un pequeño depósito lleno de grano -un bote de plástico invertido y con una hendidura- que va cediendo alimento a medida que los pájaros van comiendo. El grano es comida para jilgueros que venden en el supermercado en paquetes muy económicos.
Ha tenido un gran éxito entre los verderones y los invasores -pero monísimos, qué lástima- picos de coral senegaleses, que yo inicialmente confundí con diamantes mandarines escapados de alguna jaula… Pero no: mi amigo Ángel Arroyes, un maravilloso naturalista, me sacó del error viendo las fotos que le envié.
Como no quiero abusar de Ángel y mis amigos biólogos, intento espabilarme por mi cuenta a la hora de identificar en webs especializadas qué pajarito es este y otro. De esta manera sé que en realidad los verderones que me visitan son verderonas, porque su verde es menos intenso que el del macho, y que la mayoría de mis picos de coral senegaleses también son hembras, porque en el el vientre no tienen una mancha roja. ¿Qué demonios pasa con los machos en este patio que no trabajan?
Me gusta contemplar el patio y sus habitantes naturales. Hay una morera casi mágica que crece en el jardín del piso principal: tan pronto se le caen las hojas -mucho más tarde que al resto del arbolado del entorno- ya le estás viendo los brotes nuevos. Es un no parar de crecer y producir. Esta primavera se está cargando de fruto, con lo cual vamos a tener pronto hordas de mirlos glotones devorando las moras.
Ahora que estamos confinados, aprecio muchísimo más todo el estallido de vida que nos regala la primavera. Como añora Serrat en su canción, vale la pena despertar y no perder detalle para disfrutarla. ¡Que el confinamiento no nos lo impida!