Posiblemente uno de los mejores aprendizajes que se pueden alcanzar durante la adolescencia es el deseo de equilibrio. No el equilibrio mismo, difícil de conseguir en una época tumultuosa, sino más bien el placer de ir descubriendo la manera de conservar la armonía que le reconcilia a uno consigo mismo, con los demás y con el mundo: el equilibrio entre actividad y relax, entre conversación y silencio, entre compañía y soledad, entre diversión y responsabilidad…
Pero nuestros adolescentes no pueden anhelar lo que muchas veces ni siquiera han intuido en el entorno. Nada parecido al equilibrio es aquello a lo que les empujamos: el abandono prematuro y a trompicones de la infancia; la trivialización de la violencia y de la precocidad sexual; la obsesión por el consumo, la velocidad y el dinero, la difuminación de límites entre lo que está bien y lo que está mal.
Los últimos acontecimientos sobre la violencia de menores en grupo hacia otros menores deberían, ciertamente, ayudarnos a reflexionar sobre la falta de equilibrio emocional e intelectual de toda una generación de adultos irresponsables que hemos colocado a nuestros hijos en una cuerda floja encima de un barranco, sin haberles entrenado el equilibrio.
En esta foto espectacular de una «via ferrata», una adolescente de 15 años intentaba mantener el equilibrio. La buena noticia es que estaba entrenada, iba asegurada con arnés y mosquetones y lo consiguió. Como muchos otros, afortunadamente.