O mejor dicho: ¿dónde acaba lo de más vale no acercarse? A veces una se acuerda del principio. Puede ser aquello de que es un chico peculiar. La peculiaridad a veces incluso es simpática y motiva cierta tolerancia: ¡no vayamos a ser rígidos e intransigentes!.
Pero luego viene aquello de que es un poco radical. A continuación, es un poco violento. Luego desaparecen los «un poco«, a medida que aparecen las chispas de la locura.
Un buen día una se da cuenta de que tiene delante una persona peligrosa, sin más adjetivos. Y que lo mejor es alejarse de ella, mientras se pregunta ¿cómo no me dí cuenta? Esa transición imperceptible casi da más miedo que el mismo resultado.
En la película American History X, ocurre una transición a la inversa. Derek, el protagonista, experimenta una transformación de la locura a la cordura. Pero liderar este mismo proceso en su entorno nazi y rescatar a su hermano de la barbarie le resulta mucho más complicado que cuando era el admirado jefecillo de la banda.
Los últimos atentados de ETA me interpelan sobre la degradación de la conducta humana. Los que perpetraron estas atrocidades, ¿cuándo empezaron a enloquecer? ¿cuándo pasaron de abertzales a asesinos? Y, sobre todo: ¿se puede parar e invertir este proceso?