Bajar la guardia es un error. El vandalismo nos tiene que indignar. La suciedad y la dejadez nos tienen que molestar. Debemos rechazar sin matices la sordidez de los que practican la prostitución en plena calle, el desprecio a la intimidad de los que se pasean desnudos o semidesnudos.
No hay generosidad ni ingenuidad bienintencionada que justifique aceptar estas prácticas. Ni por supuesto, nada dice el manual del buen progresista de que hay que tolerarlas como pequeño tributo (¡no tan pequeño!) a la diversidad y a la libertad de expresión de las complejas sociedades contemporáneas.
La mayoría de las personas no destrozamos el mobiliario urbano, no tiramos basuras por el suelo, tenemos consideración y respeto entre nosotras. Si no fuera así, no podríamos salir a la calle. El cemento del civismo nos da seguridad, confianza y autoestima. Hace que nos sintamos felices en nuestros barrios, calles y parques. Nos facilita la convivencia viniendo de países, creencias y tradiciones culturales diferentes.
Somos mayoría y tenemos poder para frenar la degradación, y debemos hacerlo, porque rebajar el listón de civismo es favorecer los guettos y aumentar la exclusión social.
Las últimas noticias y reportajes sobre el estado de los parques infantiles aparecidos en la prensa podrían augurar un aumento del miedo y la desconfianza, por tanto, una mayor fractura social.
No vamos a dejar que esto ocurra. No perderíamos la tranquilidad, lo que perderíamos sería la dignidad.