Creo que empecé a mal acostumbrarme cuando iba al colegio. Todas las niñas que nos quedábamos a comer lo hacíamos lo más rápidamente posible para llegar las primeras en ocupar la única y preciada cancha de baloncesto.
No había otras reglas que la velocidad. Si te despistabas, otro grupo pillaba la pista y aquel día te quedabas sin jugar a tu deporte favorito. Podíamos haber establecido turnos o cualquier otro sistema de reparto, pero no. Se trataba de engullir y echar a correr.
Bueno, igual soy un poco injusta y mi enervante tendencia a la rapidez no se debe al colegio, sino a otras disposiciones personales. El caso es que reconozco en mí misma lo que Toni Gutiérrez define como apología de lo breve en este espléndido artículo. Lo breve que también es efímero, rápido, inconsistente y olvidable.
Me temo que es una adicción – ¡una más!- agravada por la traidora eficacia de las tecnologías contemporáneas. Queremos explicaciones breves, con dibujos y que se entiendan al instante. Queremos aprender, adelgazar, ligar, divertirnos… lo que sea, «ya», sin esfuerzo, sin rodeos, sin invertir tiempo, un tiempo que se ha convertido en el enemigo.
Por esto le tengo cariño a este reloj Girosur que me regaló Julio Calzada. Me recuerda que nuestra prisa es nuestro lastre a la hora de disfrutar intensamente, porque sólo permite el goce superficial. Esta increíble inmediatez de nuestro siglo es un regalo envenenado. ¡Hay que darle un giro!.