¡Por fin ha llegado el frío y la nieve! Ahora sólo falta que llueva un poco más.
En Barcelona no nieva casi nunca, y cuando lo hace, no cuaja, aunque los ciudadanos siempre recordamos excepciones históricas. Por eso, ir de excursión a la nieve es una de las cosas más bonitas que podemos hacer en invierno.
Cuando mi hija era pequeña, la nieve era una cita anual de obligado cumplimiento. Nos alojábamos en un refugio del Centre Excursionista de Catalunya y visitábamos las pistas de esquí cada día.
Seguíamos un ritual fijo de actividades, bastante común al resto de padres y madres que pululaban en la estación con niños pequeños: un rato de esquiar con esquis de plástico atados a las botas, un rato de tirarse con un plástico o un trineo de alquiler por una pendiente de risa y un rato de construir muñecos de nieve. ¡Y vuelta a empezar!
Una vez vimos un muñeco de nieve estupendo, que algún niño o niña mayor había construído no muy lejos de dónde estábamos nosotros. Era el típico muñeco de los cuentos: con sombrero, bufanda, una zanahoria de nariz, piñas colocadas en hilera a modo de botones… ¡una monada!. Sin embargo, no se veía al autor por ningún lado.
Nos acercamos para verlo mejor. Pero antes de llegar se nos adelantó otro padre con su hijo de unos ocho años. Aquel niño, un Atila en miniatura, le pegó unas cuantas patadas al muñeco y lo convirtió en un triste montón de nieve. Mi hija se quedó helada, nunca mejor empleada la palabra.
Yo estaba indignada. Me dirigí al niño y le increpé, con la intención de que también su padre se diera por aludido: ¿Se puede saber que estás haciendo? ¿Por qué has destrozado el muñeco de nieve?
El niño se quedó mudo y bastante cortado por la bronca. El padre, también sorprendido, respondió rápidamente: ¿Qué pasa? ¡Sólo es un muñeco de nieve! Y el que lo ha hecho ya no está…
Pero es una cosa bonita y ahora ya nadie más la puede ver – le contesté. Sin decir nada más, Atila júnior y su padre se alejaron. Como pudimos, mi hija y yo recompusimos el muñeco. El que sale en esta foto es otro.
La estupidez tiene mucho que ver con la destrucción de la belleza.