Ayer estuve viendo alucinada el trágico y a la vez espléndido reportaje sobre la tragedia de Haití que emitió TVE en su programa Informe Semanal.
Dos ideas básicas se iban repitiendo y reforzando a medida que avanzaba la información sobre el terremoto:
La primera es que el desastre es más social que natural. Los efectos inmediatos y las consecuencias inmensurables que sufrirán los ciudadanos haitianos tienen más que ver con la miseria que con la a veces cruel madre naturaleza.
Si hubiera pasado en Guadalupe, Martinica, Puerto Rico o la península de Florida, el resultado hubiera sido bien diferente. Esto es un colapso de pobreza, derivada de un sistema social y económico injusto que condena a la miseria a más de la mitad de los habitantes de la Tierra.
La segunda es que la ausencia de Estado es terrorífica. No sólo no hay Estado porque han fallecido autoridades, sino porque no ya había autoridad estatal para proteger a la población. Nadie o casi nadie ejerce la obligación pública de resolver el problema y atender mínimamente a los ciudadanos.
La reacción de las ONG, de la ciudadanía concienciada en el resto del mundo y la iniciativa de los Estados Unidos es lo único que a día de hoy ofrece una mínima esperanza al pueblo haitiano.
Pero al acabar el reportaje, otro pensamiento me martilleaba. A riesgo de ser políticamente incorrecta, y sabiendo que mi opinión no vale gran cosa, me preguntaba si les sale a cuenta a los ciudadanos de Haití la independencia. No puedo dejar de pensar que en la Polinesia francesa, en la Isla de la Reunión, en Guadalupe o Martinica, no hubiera pasado lo mismo.
Hoy el vicedirector de La Vanguardia se planteaba si los Clinton creen que los haitianos firmarían por ser un Estado libre asociado a los Estados Unidos. No sé que piensan los Clinton, pero, sinceramente, si yo fuera una mujer haitiana estaría harta, deprimida y desesperada de tant terror y corrupción, y probablemente la soberanía de mi país me importaría un pimiento.
Mi prioridad sería la seguridad, protección, salud, alimentos, libertades, para mí, para mi familia y para mi pueblo.