Coincido plenamente con las personas que desean provocar cambios significativos en la educación. Con las personas que desean enterrar las rigideces y estrechez de miras de nuestro anticuado sistema educativo, alentador de la mediocridad, inadaptado al siglo XXI.
¡Claro que estoy de acuerdo con las voces que claman por reforzar el cultivo del talento, de las habilidades personales, de la capacidad de aprender a aprender, de la innovación… frente a la memorización injustificada, el aprendizaje de datos inútiles, las rutinas desmotivadoras, la desconfianza hacia la creatividad!
Pero, sin embargo, encuentro a faltar en sus discursos el tramo final de la argumentación. ¿Nunca te ha pasado? Es como cuando estás emocionada con una buena novela y el desenlace te decepciona: te parece que el autor estaba apresurado o cansado y no cuidó de redondear bien el final.
Bueno, pues con los discursos de la educación del talento me pasa algo parecido. De entrada me seducen y me entusiasman, pero luego los veo desnortados (¿existirá esta palabra?), sin orientación, sin brújula que los llenen de sentido, que los trasciendan un poco.
¿Acaso no eran competentes, creativos, autónomos y poseedores de talento Goebbels, Bin Laden, Madoff…? ¿No habían recibido una educación «de calidad» y habrían sacado excelentes notas en las pruebas PISA los brillantes ejecutivos de Lehman Brothers?
¿No tienen iniciativa, capacidad de emprender y habilidades tecnológicas adaptadas al siglo XXI las personas sin escrúpulos que a pesar de la crisis siguen alimentando una economía especulativa?
La competencia personal, la iniciativa, la autonomía… se pueden orientar en una dirección u otra, la cuestión es hacia dónde. Pueden ser capacidades destructivas, puestas eficazmente al servicio del exclusivo beneficio personal, al servicio del crecimiento económico puro y duro, como denuncian Martha Nussbaum o Jeremy Rifkin.
O pueden ser armas cargadas de sentido para transformar el mundo y hacerlo más justo y habitable para todos. ¡Este es el tramo final que me falta en los discursos del talento!. Talento, ¡claro que sí! Pero… ¿para llegar a dónde?
Porque, si no es para mejorar la sociedad… ¿para qué sirve la educación?