Ayer me fui a la cama casi, casi, a la misma hora que la mayoría de los niños y niñas españoles de 6 y 7 años. ¡No me lo puedo creer!.
Pero, según un estudio de la Universidad Autónoma de Barcelona y la Universidad Ramon Llull, el 69% de esa edad se acuestan más tarde de las 11 de la noche.
Esto no puede ser bueno para nada… ¿cómo aguantan la escuela el día siguiente? Por lo menos con cansancio acumulado y dificultades de concentración, que no es poco.
¡Y yo que creía que este problema lo tenían casi en exclusiva el lunes por la mañana los sufridos profesores de adolescentes…!
Si a esto le sumamos la tendencia a la dispersión de la que habla la profesora Eugènia de Parés en su libro La generació Google, me parece que queda claro que una parte de los malos resultados escolares puede tener su origen fuera de la escuela.
Confieso mi escasa tolerancia a la dispersión. Me cansan y me ponen nerviosa las personas que hablan todas al mismo tiempo, interrumpen o saltan como ranitas de un tema a otro, sin cerrar nada, malgastando un tesoro colectivo llamado tiempo.
Es tan indigesto como comer picoteando cualquier cosa, rápido y mal, sin saborear ni disfrutar auténticamente de la comida.
Por eso me parece muy inteligente una de las propuestas prácticas de Eugènia de Parés: colocar momentos de calma, silencio y meditación en la escuela. Hay que tener voluntad de colocarlos, porque solitos no vendrán.
Aunque cita como primer paso atajar de una vez por todas la hiperpermisividad, la que convierte en aceptable que los niños se acuesten cuando no toca, o que pasen 6 horas al día frente a pantallas, o que no acepten la reprobación del maestro.
Como afirma Gregorio Luri, hay que tener confianza en nuestras propias creencias y sentido común. Los niños y niñas necesitan que les acompañen personas adultas auténticas, que con argumentos, pero sin discutir, los envían a la cama a la hora adecuada.