Lo que los educadores ya sabemos o intuímos debe poder comprobarse empíricamente para seguir creyendo y apostando por ello.
La educación en el tiempo libre es un factor de protección contra la exclusión de los niños y jóvenes. Un estudio elaborado por la Fundación Catalana de l’Esplai i el CIIMU (Institut d’Infància i Món Urbà) apunta en esta dirección.
Segun Carme Gómez-Granell, directora del CIIMU, el esplai –nombre que reciben en Cataluña los centros de edución en el tiempo libre- tiene un impacto extraordinariamente positivo en los niños, en las familias y en la comunidad.
El estudio revela que un 92 % de las familias aprecian que los chicos y chicas han mejorado en autonomía y autoconfianza desde que van al esplai; en torno a un 80 % afirman que ahora son más respetuosos, solidarios, cooperativos y tolerantes; un 70% destaca los aprendizajes, hábitos y valores que sus hijos incorporan gracias al esplai…
Por tanto, el esplai es un «bien» que debe poder ser ofrecido a toda la población infantil y juvenil, como herramienta de inclusión y de convivencia. Creo que esto ocurre porque el esplai posee tres virtudes muy significativas:
- Proporciona a la infancia modelos alternativos de jóvenes y adultos comprometidos y motivados: los monitores que los atienden.
- Ofrece actividades estimulantes y de refuerzo escolar directo o indirecto.
- Construye relaciones personales de amistad basadas en el respeto y la confianza.
Pero también el esplai se plantea retos educativos nada fáciles de resolver, entre otros la paradoja de centrarse en exceso en la infancia con dificultades y el riesgo consecuente de generar sin quererlo guettos confortables.
Asumiendo que hay retos y obstáculos en todos los caminos, sabemos que el de la educación en le tiempo libre es deseable y debe poder generalizarse.