Hace un tiempo me encargaron reseñar un pequeño ensayo pedagógico del que no entendí casi nada. Mejor dicho, entendí las doscientas primeras palabras, pero el resto, muy abundante, me pareció la repetición enrevesada y confusa de las primeras páginas.
Desesperada porque había aceptado el encargo y era tarde para rectificar, busqué una y otra vez dónde estaban las ideas que justificaban la sucesión de capítulos. Llegué a la conclusión de que probablemente el problema era que yo no las entendía, tan vez porque, uf, me hacía mayor, y bla, bla.
Eso podía explicar mis dificultades, pero también podía ser que el autor del libro no supiera escribir de manera inteligible, o que tal vez creyera que hacerlo enrevesadamente otorgaba más empaque intelectual.
En cualquier caso, el libro que descubrí hace dos días a través de San Google Bendito le hubiera ayudado mucho, empezando por el título: Cómo escribir con claridad. Sorprendentemente, está dirigido a funcionarios de la Comisión Europea, para que a la hora de redactar documentos dirigidos al pueblo llano vayan al grano y no mareen la perdiz.
Pues bien, a pesar que es un texto para técnicos que redactan normativas, comunicados de prensa, actas, etcétera, lo encuentro utilísimo. Contiene ejemplos estupendos, iconos muy expresivos, da gusto leerlo y lo quiero compartir contigo.
¡Que conste que no da consejos para novelas, poesía o teatro! En estos otros géneros la abundacia de metáforas, descripciones detalladas e incluso frases alambicadas alimentan esa fantasía tan saludable y que tanto necesitamos.
Este libro sirve muy bien para lo que sirve. Y esto, sinceramente, es mucho.