Una semana de agosto vagando por el Pirineo francés y aragonés con la suerte, en alta montaña, de un tiempo espléndido todas las horas del día, da para disfrutar de muchos lujos:
- La furgoneta california de segunda mano de mi hija, que nos ha permitido deambular como hippies viejos, recuperando prácticas vintage, ya casi olvidadas como la de ir rellenando el agua del depósito o vigilar los niveles de aceite…
- El baño en los recodos del Cinca, en el tramo entre L’Aínsa y Bielsa, con el agua calcárea fría, transparente y luminosa, que te limpia hasta el espíritu.
- La noche en solitario, en lo alto del mirador cerca de Arguis y del puerto de Monrepós. Silencio con la suave rima de los grillos y el espectáculo de la Vía Láctea.
- El cámping de las gallinas, como le llamábamos hace treinta años, que, sorprendentemente, está igual que siempre. Con ese estilo tan francés de cámping «a la ferme», inexistente en España, con lo mínimo-mínimo, sin piscina, sin restaurante, sin zona de juegos infantiles… y en el entorno rural de los campesinos propietarios.
- El Casco de Marboré por la vía de la chimenea, una ascensión mítica, que hemos realizado varias veces y que nunca nos decepciona, a pesar del acceso expuesto con roca descompuesta.
- La marmota gorda, despreocupada y confiada, que, a menos de un metro y medio, roe feliz y nos ignora en el camino de vuelta.
- La Munia por la arista de Troumouse, otra ascensión legendaria, con sus tramos de trepada, de escalada y el colorido exuberante de esquistos y calcáreas.
El lujo infinito es la austeridad de disfrutar de la naturaleza con el mínimo confort. Aunque, bien pensado, el lujo es tener la oportunidad de poder escoger la austeridad.